Cuando ella me rechazó, me sentí
a la vez torpe y ridículo. Esto me irritó conmigo mismo. Me hundí en mi rincón
y mire por la ventanilla. La odiaba como nunca antes había odiado a nadie…por
sus respuestas tranquilas y sus cuidados maternales. Sentía deseos de
abofetearla, de obligarla a arrastrarse, y al mismo tiempo de tomarla en mis
brazos y besarla.
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