Los renglones torcidos de dios.



Una mañana al llevarle el desayuno a la hora convenida, observo la doncella que la señora no se había acostado. La encontró en una silla de estar, leyendo un libro, y sin haberse retirado el abrigo que llevaba puesto la víspera, al llegar a casa.
- Sírvame la cena, por favor – pidió Alicia
- ¡Había pasado la noche en vela, sin enterarse!










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